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Reflexión Nº9: Queremos paz en el cielo, pero ¿Y en la Tierra?

PODCAST · Lectura y Reflexión

Buenos días. Buenas tardes, queridos hermanos, queridas hermanas, queridos niños, soy el padre José y comparto con ustedes la palabra de Dios.





Del evangelio de San Lucas:

Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado que, si alguien está casado y muere sin tener hijos, su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó, murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa? Ya que los siete la tuvieron por mujer". Jesús les respondió: "En este mundo, los hombres y las mujeres se casan. Pero los que han sido juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan. Ya no pueden morir porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Todos, en efecto, viven para Él".

Palabra del Señor.


Reflexión:

Los saduceos que ahora interpelan a Jesús eran más un partido político que religioso. Se movían en torno al templo y estaban formados por la gente rica laica y sacerdotal; a ese grupo pertenecía el sumo sacerdote. Preferían estar bien con el imperio dominante, o sea, con Roma, para no poner en peligro sus intereses, más que cuidar de los derechos de Dios. Este grupo solo creía en los primeros cinco libros de la Biblia, o sea, el Pentateuco, y tampoco creían en la resurrección. La pregunta que hacen pretende poner en ridículo a Jesús, pero Él no les responde pensando en el "más allá" de una forma literal, que sería imposible.


Es como pedirle a una calculadora que haga una operación sin ponerle los datos; no se puede imaginar una montaña de oro sin haber visto una montaña ni el oro. Todo lo que llega a nuestra mente entra por los sentidos. Imaginarse el cielo o la vida más allá de esta no tiene sentido. Solo experimentamos que la muerte pone fin a nuestra vida. Lo asombroso es que imaginamos un mundo maravilloso después de esta vida y, sin embargo, vivimos haciendo de este mundo un infierno. ¿Por qué no desplegamos nuestras capacidades para vivir mejor aquí?


Creemos en el amor y la justicia, pero vivimos egoístamente e injustamente. Creemos que en el "más allá" habrá paz, pero aquí hacemos la guerra. No somos coherentes. Cómo será la vida después de la muerte no lo sabemos, pero no debemos preocuparnos, porque tampoco lo hicimos al nacer, cuando vinimos a este mundo. Solo debemos tener presente lo que dice el Salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Y aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tu vara y tu bastón me infunden confianza". O como dice otro salmo: "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?", o el salmo de hoy: "Señor, al despertar, me saciaré de tu presencia".


Para entender mejor lo que sucede después de la muerte, podemos pensar en este relato de un médico y su perro. Este médico fue llamado a visitar a un moribundo y fue con su perro, que quedó afuera. Él entró, revisó y atendió al señor que estaba muy grave. Al retirarse, con la mano en la puerta, el señor le preguntó: "Doctor, ¿usted sabe qué pasa después de la muerte?" El doctor le respondió: "No lo sé. Nadie lo sabe". Entonces el moribundo le dice: "¿Cómo? ¿Usted no es católico? ¿No sabe qué pasa después de la muerte?" "No, no lo sé", le dijo el médico, "pero le puedo decir algo".


"Escuche usted cómo me acerqué a la puerta, y del otro lado está mi perro rasguñando la puerta". Al abrir la puerta, el perro entró moviendo la cola y haciendo fiesta. Y, sin embargo, cuando estaba del otro lado, el perro no sabía ni se imaginaba lo que había aquí, pero sabía que estaba su amo de este lado. Así nos pasa a nosotros: sabemos que del otro lado está nuestro Señor, la fuente de la vida y el fundamento de nuestro ser. Por lo tanto, tranquilos, esperamos encontrarnos cara a cara con Él.


Y que la bendición de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nosotros y permanezca para siempre.

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