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Reflexión Nº20: Si nos falta el amor, no somos nada

PODCAST · Lectura y Reflexión

Buenos días. Buenas tardes, queridos hermanos, queridas hermanas, queridos niños, soy el padre José y comparto con ustedes la palabra de Dios.



Lectura del Evangelio según San Marcos:

Jesús dijo a sus discípulos: "Yo les digo a ustedes que me escuchan: amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra. Al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames. Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir de ellos lo mismo. Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande, y serán hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los desagradecidos y los malos. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados. No condenen y no serán condenados. Perdonen y serán perdonados. Den y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante, porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes."

Palabra del Señor.


Reflexión del Padre José:

Hermanos, en la primera lectura hay un ejemplo de fe que confirma lo que Jesús nos dice en su evangelio. Saúl fue el primer rey de Israel y, movido por los celos y su ambición de poder, perseguía a David para matarlo. Mientras iba en su búsqueda, lo sorprendió la noche y se pusieron a dormir.

David y su amigo se acercaron a Saúl mientras dormía. Podían matarlo y acabar con su enemigo, pero por respeto a Dios, David le perdonó la vida a aquel que quería matarlo.

No fueron motivos humanos los que movieron el corazón de David, sino la fe y el amor a Dios, que lo invitó a obrar de una manera extraordinaria. ¿Qué hubiéramos hecho nosotros? Saúl estaba allí, en bandeja.

Hoy, Jesús nos propone amar sin condiciones ni medida. Amar solo a los que nos aman no tiene mérito, porque hasta los pecadores lo hacen. David le perdonó la vida a Saúl porque era un ungido de Dios, pero nosotros debemos amar y perdonar porque así seremos hijos del Dios Altísimo.

No debemos esperar recompensa, sino hacerlo porque nos parecemos a Dios. ¿Cuántos jóvenes y padres quisieran que sus hijos jugaran y se parecieran a Messi? Y nosotros tenemos la oportunidad de parecernos a Dios, ¿y la vamos a desaprovechar? ¡Qué tontos seríamos entonces!

Para amar como Jesús nos propone, hace falta una gran fortaleza y una inmensa confianza en el amor de Dios. Como David y, mejor aún, como Jesús, que dejó que ejercieran violencia sobre él antes que responder con violencia. Y terminó diciendo: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".

¿Nos cuesta evitar responder con violencia, aunque sea con la mirada o con una palabra? Sí. Pero devolver mal por mal solo genera más violencia, una espiral que no termina jamás.

El Señor nos pide amar a nuestros enemigos. A veces decimos que no tenemos enemigos, pero, ¿será cierto? Un enemigo puede ser alguien que no nos cae bien, que nos difama, que nos quiere hacer daño, que nos desprecia o siempre nos lleva la contra.

El Papa Francisco, en el documento Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio), dice lo siguiente:

"Me duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, aún entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio: divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones, que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con estos comportamientos?"

Y yo pregunto: ¿A qué Dios nos parecemos?

Son palabras duras del Papa, pero nos deben servir para hacer un examen de conciencia y reflexionar sobre nuestra conducta cristiana y humana. Nuestra santidad no se mide solo por nuestra relación con Dios, sino por cómo tratamos a los demás.

Que la bendición de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nosotros y permanezca para siempre.

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