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Reflexión Nº17: Solo el amor engendra la maravilla

PODCAST · Lectura y Reflexión


Buenos días. Buenas tardes, queridos hermanos, queridas hermanas, queridos niños, soy el padre José y comparto con ustedes la palabra de Dios.



Lectura del Evangelio según San Lucas:

Cuando llegó el día fijado por la ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. Estaba también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo sirviendo a Dios día y noche con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios, y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él.

Palabra del Señor.


Reflexión del Padre José:

Lo mismo que ayer, el lugar sigue siendo el templo y la familia de Jesús. Ahora no es el anciano Simeón, sino la anciana Ana, que sale a su encuentro y se pone a dar gracias a Dios y habla de ese niño a todos los que esperaban la liberación de Israel. Sería difícil imaginarnos la alegría y la felicidad de esta mujer mostrando al niño a todos y diciendo que la promesa comienza a hacerse realidad. Y que ella, aunque ya anciana, tuvo la oportunidad de tomarlo en sus brazos.

Luego de cumplir con lo que ordena la ley, retornaron a Nazaret, donde Jesús iba creciendo en las tres dimensiones del ser humano. En ese pueblito de Nazaret comienzan sus treinta largos y ocultos años. Vivió como todo ser humano, en una familia, con vecinos, como hijo de vecina. Nada diferente a cualquier hijo de hombre, de pueblo, de barrio, encima marginado y excluido.

Sólo conocemos de Jesús treinta años de predicador porque nos cuentan los evangelistas. Treinta años de vida oculta, como las raíces de los árboles, para dar en tres años un árbol que se llenó de frutos. La enorme preparación, humanamente hablando, del Hijo de Dios para llevar adelante la promesa de Dios que todo Israel esperaba, era lo que la profetisa Ana celebraba con tanta alegría.

Las grandes cosas de la vida se preparan, no se logran con magia, ni de un día para otro, ni improvisando. Hoy vivimos en un mundo de la inmediatez. Queremos que todo se logre porque nosotros lo queremos, y vivimos de fracaso en fracaso. En todos los niveles estamos apurados para no llegar a ningún lado.

Como país queremos construir una patria grande, libre y soberana, pero ni siquiera tenemos un plan. Y si lo tuviéramos, no lo respetaríamos. Así se suceden los gobiernos, uno tras otro, y cada vez más sumergidos en el sinsentido, en la pobreza, en la injusticia, en la corrupción.

Miremos el ejemplo de Ana, en primer lugar, una mujer anciana que perseveró en la oración sirviendo a Dios día y noche esperando al Salvador. Miremos el ejemplo de Jesús, que durante treinta años fue preparándose para ser uno más y servir a Dios dando testimonio del amor que el Padre nos tiene, hasta dar la vida por amor.

Hay una canción de un artista muy conocido que se llama Solo el amor:"Debes amar la arcilla que va en tus manos, debes amar su arena hasta la locura, y si no, no lo emprendas, que será en vano. Sólo el amor alumbra lo que perdura. Sólo el amor convierte en milagro el barro. Debes amar el tiempo de los intentos, debes amar la locura que nunca brilla, y si no, no pretendas tocar lo cierto. Sólo el amor engendra la maravilla. Sólo el amor consigue encender lo muerto."

Podríamos meditar esta canción y seguramente encontraremos la imagen y las enseñanzas de Jesús. En toda vocación debemos amar no solo lo que se verá, sino también su gestación y preparación.

Hay una leyenda que suele estar escrita en los camiones que dice: "Todos o algunos envidian lo que tengo, pero nadie percibe los sacrificios que me costó".

Que la bendición de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, que ve en lo secreto, nos ayude a construir nuestra vida semejante a la de Jesús.

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